domingo, 15 de marzo de 2015

Habemus Ultra Runner: Crónica del UTSB 2015 150 kms.

Crónica de la Ultra Trail Sierras del Bandolero  2015.

Antes de que se me empiecen a pasar las sensaciones como el azucarillo que se disuelve en el café, me gustaría plasmar en estas líneas la experiencia vivida este pasado fin de semana en la Sierra de Grazalema.

Confieso que este ha sido de largo el reto deportivo más duro al que jamás me enfrentado. Anteriormente ya había realizado dos ediciones de los 101 Km de Ronda, pero para el que no lo sepa y con todos mis respetos, la comparación se queda corta, muy corta.

Allá por el mes de enero me inscribí casi sin pensármelo, pero debido a la popularidad que está cogiendo esta carrera, me quedé en lista de espera, y eso que aún faltaban dos meses para el cierre del plazo de inscripciones. Pero ete ahí que, cuando ya no tenía muchas esperanzas,  recibo un correo de la organización ofreciéndome una plaza. No me lo podía creer, así que hice las gestiones correspondientes para conseguir mi dorsal. El 282, capicua. Restaban dos meses de preparación para el día señalado.

Durante ese tiempo he visionado montones de vídeos del recorrido, he salido a entrenar los fines de semana a la sierra y he andado, mucho. De esto tengo muchas anécdotas que contar, como el día de la primera salida que hice con Mari Carmen, unas 6 horas, donde pudimos disfrutar de la nieve. También está el día que me perdí por culpa de la niebla y casi aparezco en Tavizna, y como no, el último día de entreno en donde por cosas del azar me encontré en el mismísimo trayecto a Villaluenga del Rosario a mi compañero de club Juan Manuel “Chino” con su hijo y su perrita. Aquel día nos perdimos pero bien, nos cayó la noche encima y tuvimos que retroceder nuevamente hasta Villaluenga, donde en el único bar que a esas horas estaba abierto, la señora que regentaba el local se ofreció amablemente a acercarnos a Grazalema.
Los días previos estuve un poco intranquilo, pensando en que llevar o no (ya sabía que tendríamos buen tiempo), a qué horas del día llegaría a los distintos avituallamientos para saber que ropa dejar en las mochilas de Ronda y Villaluenga, etc, etc. Y por qué no decirlo también, tenía miedo. Miedo porque jamás antes me había enfrentado a algo así y no sabía cómo iba a responder mi cuerpo.

Y en esto que llega el día D. Dejo todas mis cosas organizadas, almuerzo y a las 15:30 llego a Prado del Rey, lugar de la salida, y hacerme el reconocimiento médico obligatorio. Si lo llego a saber me lo hago en Lebrija. Me dicen que va con mucho retraso, hay corredores que llevan esperando más de una hora. Mientras estoy esperando me encuentro con “Chino” y como la cosa va para largo decidimos vestirnos, dejar las mochilas y luego regresar. Al final, a falta de 20 minutos para la seis de la tarde, pasamos el reconocimiento médico. Encima tengo el azúcar bajo y la tensión alta, del estrés, seguro. Es que no veía la hora de salir de allí.

Por fín nos vamos la zona de salida y entrego el documento que acredita haber superado el reconocimiento médico. Ya está, por fin, nervios fuera. La plaza de Prado del Rey está llena de gente y me hago la foto de rigor en el photocall con el recorrido y el perfil de la prueba. Le comento a “Chino” que ya estoy más tranquilo y me doy cuenta de los “bandoleros” atiguados con fajín, navaja y trabuco. ¡Qué espectáculo! Mientras espero detrás del arco de salida junto al resto de corredores, me fijo en las caras de admiración de los espectadores, sabedores del esfuerzo hercúleo al que nos vamos a enfrentar.

Todavía nos da tiempo intercambiar algunas palabras con otros valientes, y aunque de nada nos conocemos, se nota un espíritu de compañerismo habitual en este tipo de pruebas.
Se oyen tres trabuzacos y comienza la carrera. Salgo andando hasta poder empezar a trotar, mientras damos una vuelta a la plaza y empiezo a subir la primera calle en busca de la salida del pueblo. La gente no para de animar y a mí se me ponen los vellos de punta. Intento seguir el ritmo que me va marcando Juanma y eso hace que adelantemos posiciones. Esto va bien, pero sólo acaba de empezar, aunque creo que voy demasiado rápido teniendo en cuenta todo lo que queda por delante. Comienzan los primeros sube y baja, aunque casi todo es bajada, pasamos alguna cancela y poco a poco me voy quedando atrás de Juanma. Cada vez me saca más distancia y veo que tampoco echa la vista atrás para ver por donde voy, así que antes de lo que yo pensaba, me voy haciendo a la idea de hacer la carrera en solitario.

Por fin llegamos a la localidad de El Bosque (km 7,37), que nos recibe con aplausos desde la rotonda de entrada. Continúo y me adentro en el pueblo, y ya en la primera subida decido andar. Me parece lo más sensato porque hay que guardar energías.  En una esquina encuentro el primer avituallamiento, y me tomo un agua, aquarius y unas gominolas.

A la salida del pueblo comienza la subida del cortafuego, que tiene una pendiente tan pronunciada que pone a los corredores en jaque y en fila de a uno. Mientras subo con gran esfuerzo echo de menos los bastones y maldigo haberlos dejado en Ronda.  Cuando llego al alto ya está empezando a oscurecer y empiezan a verse las primeras luces de frontales. El camino prosigue por estrechos senderos salpicados de piedras, dirigiéndonos a las proximidades de Benamahoma y ahora sí, enciendo el frontal y la luz de posición trasera. Llego al 2º avituallamiento situado en los Llanos del Campo (km 13,91), tomo algo de líquido y sólido, y a seguir. 

Siguiente parada El Boyar.  Hasta El Boyar todo es subida, prolongada pero no muy pronunciada, aunque en algunos tramos y a pesar de las piedras, se puede correr. Este tramo ya lo había hecho entrenando y más o menos ya me lo conocía. Salto la escalera y después de una larga subida, por fin llego al Boyar (km 20,1). Allí me tomo un poco más de tiempo para ponerme el cortavientos, porque a partir de aquí vamos a coger más altura, y me tomo dos bocadillos y algo de líquido. Comienzo que me llevará al siguiente avituallamiento situado en Villaluenga. Este tramo es uno de los más duros y técnicos de toda la prueba. Ya de salida noto que voy un poco fatigado y que me cuesta tragar la comida. Quizás algo vaya mal, pero no sabía lo que era. Conforme pasan los minutos y vamos ascendiendo, parece que me recupero. En algunos zonas incluso puedo trotar y es aquí donde conozco a un corredor que marchaba al mismo ritmo que yo, Emerson, y al que si no fuese por él probablemente hubiese abandonado al llegar a Villaluenga. Lo cuento así porque empezaba a no encontrarme bien y las subidas se me hacían muy cuesta arriba. A cada minuto me acordaba de mis bastones y del error que había cometido al haberlos dejado en el avituallamiento de Ronda. Y sin embargo, este corredor no me dejo de lado. Se paró a esperarme cuando necesitaba coger aire, me dejo uno de sus bastones para que pudiera subir mejor e incluso llegado el momento, los dos. Así que no tengo palabras para agradecer el gesto. Así poco a poco, llegamos hasta Villaluenga (km 32,68), previa bajada de infarto por un cortado que ponía a prueba los cuádriceps. La bajada, que no permitía correr, me sirvió para recuperarme, así que al llegar al pueblo, tomé un plato de pasta, bebí lo suficiente y otra vez me puse en marcha.

De aquí al refugio (km 41,47), pasando previamente por un llano encajonado entre dos montañas, en el que el fuerte viento de levante pegaba de lo lindo. Me consta que algunos se cayeron aquí. El refugio era una especie de cortijo, pequeño, y con una chimenea bastante tentadora. Allí, comentaban las voluntarias, que los primeros ya habían pasado hacía varias horas. ¡Qué máquinas!.  Despúes de tomarme un caldito calentito y un gel con un vaso de agua, vaya mezcla por cierto, salí en dirección al siguiente avituallamiento. Mi idea simplemente era esa, plantearme la carrera como una sucesión carreras más cortas. Y se sabe, divide y vencerás.

La siguiente parada Montejaque (Km 51,1) y luego creo que ya tocaba en Ronda. Allí por fin me encontraría con mis tan anhelados bastones, así como mi primera mochila con ropa y demás accesorios. Precedida de una fuerte subida llegué aún siendo de noche al polideportivo de Ronda (Km 60,7)  , y tras un cambio de ropa, tomar alimento y bebida y ponerme algunos compeeds, en total una media hora larga, salí de allí. Mientras me terminaba de colocar la mochila pude presenciar delante de algún abandono. Bastaba con decirles que abandonabas y te cortaban una esquina del dorsal. Así de fácil, pero conmigo no iba a ser tan sencillo.

De allí salí de día, acababa de amanecer. Hacía relente, pero con paso firme y bajando la Cuesta del Cachondeo, iba decidido hasta la siguiente parada, Benaojan. Es en este tramo donde mi compañero de viaje, Emerson, le cuesta seguir mi paso debido a que tiene los cuádriceps muy cargados. Decido seguir en solitario y me despido de él, no sin antes agradecerle todo lo que antes había hecho por mí. Debo confesar que el fondo me sentí algo culpable por mi acción, quizás un poco egoísta, no lo sé, supongo que son circunstancias de carrera.

Los minutos iban pasando y el sol empezaba a calentar poco a poco. Después de varias subidas y bajadas, por fin llego a Benaojan (Km 74,3). Allí me tomo entre  otras cosas, unos quicos, que me saben a gloria. Sin parar mucho, continúo mi camino hasta el siguiente punto que es Jimena de Líbar y adelantando participantes. Por el camino, paralelo a la vía del tren y un río, me deleito con los paisajes tan espectaculares. Me digo a mi mismo que me parece increíble tener esto tan cerca y no conocerlo. Aquí hay sitios donde se puede trotar y lo hago. La verdad es que me noto bien dentro de lo normal. Cuando llego a Jimena (Km 84,6) hace bastante calor y en el avituallamiento del pueblo apenas hay sitio para sentarse a la sombra, así que dejo caer sobre uno de los bancos de la plaza y me tomo uno de mis “bocatos di cardinale” con jamón serrano y queso curado que me había echado en la mochila. Tras un par de coca-colas y ponerme una camiseta corta, sigo adelante hasta Cortes de la Frontera (Km 97,7).

Aquí el camino se me hace largo, hay sitios para correr pero es que hace muchísima calor. De hecho puedo observar como hay gente que se para cambiarse de ropa. Yo sigo mi camino, en solitario. En la bajada previa a llegar Cortes, por la carretera, me paro a orinar, y coincido con otro corredor que estaba participando en equipo y que ya venía siguiéndome desde hace unos kms. Cuando uno pasa tantas horas sólo, ocurre que te pones a conversar con el primero que se cruza, y eso hice. Así que con estas llegamos al comienzo de la subida al pueblo, donde supongo que por motivos del calor, habían colocado un mini-avituallamiento con agua. Ahí me paré a echar un par de tragos y enfrentar la subida, que por cierto me pareció interminable. Al llegar arriba tuvimos que preguntar por el avituallamiento porque no dábamos muy bien con él. Allí paro, tomo algo de pasta, aquarius, queso, cargo de agua la mochila, e intercambio impresiones. A esto que llegan los compañeros de equipo del corredor con el que subí. Uno de ellos venía un poco tocado, así que sin ni siquiera conocernos le aconsejé que descansase y comiese algo, aunque no le entrase nada. Yo decido continuar, sólo, más que nada por no enfriarme y me despido.

La siguiente parada es Villaluenga (km 111), ya de vuelta, por fin. El sendero comienza con un paso por detrás de unos pisos, para dar paso a una fuerte subida. Lo malo de la subida no es sólo la subida en sí, que también, sino la calor que hacía. Eran las 15:30 del mediodía y aquí empezaron todos mis problemas. El comienzo fue más o menos bien, pero al poco empecé a notar molestias en la cara exterior de la rodilla izquierda, cosa que aliviaba con una crema que llevaba el caso. Sin embargo, el mayor de los problemas fue el fuerte dolor que sentía en la parte baja de la espinilla de esa misma pierna. Previamente había notado algo pero lo achacaba a una posible sobrecarga muscular debido al esfuerzo. Sin embargo, viendo que el dolor empezaba a tomar otros visos, me baje la media y para mi sorpresa, vi parte de la pierna hinchada con varios puntos de color rojo.


Así que el resto de la subida la hice como pude, esto es, cojeando. El equipo que dejé atrás en el avituallamiento me adelanta, y viendo el estado en que me hallaba me pregunta cómo me encuentro y se ofrecen a aplicarme réflex. Sigo como puedo, sin notar ningún efecto positivo, empezando a sufrir de verdad y preguntándome porqué me estaba pasando esto a mí. Alcanzado el alto, comienza la bajada, otro suplicio para mi pierna que desde hace rato está diciendo basta. Cada escalón, cada piedra, se convierte en un martirio. Durante un largo espacio de tiempo no me cruzo con ningún corredor, tanto es así que en varios momentos llego a plantearme si  me habré saltado alguna señalización y estoy perdido.

Posteriormente me alcanza Emerson, sorprendido de verme así ya que según sus propias palabras, me imaginaba al menos ya en Villlaluenga. Nos despedimos nuevamente, y mientras sigo bajando como puedo, despacio, muy poco a poco dejando caer todo el peso de mi cuerpo sobre la pierna derecha, pienso en las vueltas que da la vida.

Al finalizar la maldita bajada de escalones de pura caliza, continuo por los Llanos del Republicano, una extensa pradera que permite correr, no para mí por supuesto. El camino se me hace eterno. Llego hasta una cancela y retomo una carretera con el pavimento hormigonado. Antes de llegar al pueblo, justo antes de comezar una bajada se me para un vehículo y unas señoras, al verme cojear, me preguntan si estoy bien y si se ofrecen a llevarme. Por mi parte les digo que no porque estoy participando en una competición deportiva y podrían descalificarme. Aún así se ofrecen a pedir ayuda cuando lleguen al pueblo, a lo que le doy las gracias por su interés y les comento que al llegar al pueblo ya me atenderán los médicos.

Mientras tanto la tarde se va apagando y mis cálculos no fallan, llego a Villaluenga justo cuando se ha ido el sol.

Al llegar, lo primero que hago es pedir atención médica. Según me ven la pierna, me preguntan si me he dado un golpe y les contesto que no, al menos que yo sepa. Así que me aplican hielo durante un rato, durante el cual, otro corredor sentado a mi lado me comenta que él iba octavo en la carrera “corta” de 73 Km, pero que se ha retirado porque se ha perdido en varias ocasiones y ya no tiene ganas de seguir. También me ofrece dos ibuprofenos para que me los vaya tomando durante la carrera. A mi sin embargo no se me pasa por la cabeza retirarme, de hecho intento fingir por si acaso a algún médico se le pasa la idea, más si cabe cuando observo extrañado como apuntan mi número de dorsal en un papelito.
Después de pasar por el médico, pido la mochila para cargar algo de comida y ponerme ropa de abrigo seca, ya que la noche ha llegado para quedarse. A continuación, me lo tomo con calma y a pesar de no tener mucha hambre, pico un poco de todo y me tomo otro caldito. Al salir por la puerta del avituallamiento, un grupo de voluntarias me preguntan cómo estoy y me dan ánimos para seguir.

La siguiente parada quedaría en Grazalema (Km 123). Tramo muy técnico éste, comenzando desde la salida del pueblo con una fuerte subida, para continuar luego bajando hasta la localidad. Recuerdo que al principio tuve que pararme para poder orientarme, posiblemente debido a la caída de alguna señal. Así que lo más inteligente me pareció parar a esperar algún grupo y seguirles. La subida la hice más o menos bien dentro de las circunstancias, junto con un grupo de tres corredores liderados por una chica que participaba en la carrera corta y que se conocía el camino como el si fuera el pasillo de su casa. Al grupo también se nos unió un par de sanitarios que decidieron desplazarse al estilo bandolero. La bajada ya fue otro cantar, y debido a las dificultades nuevamente me volví a encontrar sólo. No paraban de adelantarme participantes, en su mayoría de los de la otra modalidad, muchos de los cuales se paraban al pasar a mi lado para preguntar si me encontraba bien o si necesitaba algún tipo de ayuda. No faltaba ninguno que no me diese ánimos más si cabe cuando les decía que estaba haciendo la de 150 Km. Recuerdo un par de ellos, que no dudaron en ofrecerme algunos medicamentos que llevaban consigo. Nuevamente se ponía de manifiesto el espíritu de hermanamiento y de solidaridad que se respira en este tipo de pruebas tan exigentes.

Finalmente conseguí llegar a Grazalema (Km 123) y allí, uno de los sanitarios que se había unido al grupo anteriormente, Alejandro, me echó un vistazo a la pierna. Diagnóstico: picadura de insecto. Tratamiento: antibíotico, hielo e ibu. Me apliqué un poco de hielo protegido con una servilleta, y en vista de que no me podían ofrecer antibióticos decidí seguir adelante. Tuve tiempo para encender el móvil y leer algunos de los mensajes que había recibido, lo cual me dio mucha alegría. A la salida, mientras me dirigía al Puerto del Boyar, llamé a Mari Carmen para decirle por donde iba y en qué condiciones, a lo cual me contestó diciéndome que ya estaba de camino, dándome muchos ánimos, que iba muy bien y que nos veríamos en Benamahoma. También se encargaría de conseguir algún antibiótico en una farmacia de guardia.

Verme subir al merendero del Puerto del Boyar era un cuadro. Parecía que tenía una pata de palo. Aún así, llegué y ahora tocaba bajar hasta Benamahoma (Km 134). El camino se hizo otro calvario, gente adelantándome, un no poder apoyar la pierna, etc. Finalmente, antes de llegar a Benamahoma llamé a Mari Carmen otra vez para decirle que estaba entrando en el pueblo. Ella ya me estaba esperando en el avituallamiento.


Verla me dió mucha alegría, y nos dimos un abrazo. Me preguntó cómo estaba y comentamos impresiones. Entramos en el avituallamiento y comimos y bebimos algo. Los voluntarios me dan muchos ánimos y les comento lo de la pierna, enseñándoles las heridas de guerra. Pero esto ya está aquí. Sólo queda El Bosque y Meta.


Me despido de Mari Carmen y quedamos en vernos en el avituallamiento de El Bosque. Este trayecto es el del Río Majaceite, sólo que se hace por la otra orilla. A mí me llevó dos horas hacer los 5 km, lo que en condiciones normales, sería sólo una o menos. Encima el camino está sembrado de escalones de bajada, no digo más.

Entrando en El Bosque (Km 139) me alcanza Mari Carmen que venía acompañada por un voluntario de la organización. Juntos llegamos al avituallamiento y por el camino todavía me da tiempo de dar un punterazo que me hace ver las estrellas y jurar en arameo. Al llegar me preguntan “¿tú eres el del bicho, no?”. Y es que unos del los participantes que me había pasado durante el trayecto del río, me dijo que al llegar al avituallamiento avisaría por lo que fuese. En el Bosque había otros corredores, tomando el caldito milagroso e intercambiando opiniones con la gente de la organización, a lo que el que suscribe también se unió. Me comentan que al ritmo que iba entraba en tiempo, justito, pero que entraba, y que el camino ya no tenía piedras.


Eran las 7 de la mañana aproximadamente cuando salía de allí. Pronto amanecería y habría sido mi segunda noche consecutiva sin dormir. Mari Carmen me dice que se viene conmigo, que se hace los 11 km hasta meta a mi lado. ¡Con dos cojones!. Total que nos ponemos en marcha los dos y vamos subiendo y subiendo. Menos mal que, efectivamente, el camino no tiene piedras, cosa que se agradece aunque a esta altura de la película uno ya va hecho un Cristo. No recuerdo nunca haber pasado tanto frío.


Y así poco a poco, vamos acercándonos a Prado del Rey. Cruzamos un puente, y luego otro, y la localidad que parece que nunca se ve. Yo empiezo a desesperarme, y confieso que se me cae el cielo encima pensando que por unos minutos no entre en tiempo después del martirio sufrido. Sin embargo, Mari Carmen ya me viene diciendo desde hace rato que ya estamos. De tanto en cuanto necesito pararme porque me falta el aire. Por el contrario, ella, sin ninguna dificultad y simplemente andando puede dejarme atrás. Por fin enfilamos una cuesta que da entrada a Prado. Nos preguntan si hemos visto a un grupo de Pretorianos, a lo que les contesto que no. Y ahora sí, enfilamos la subida, pasamos el colegio que hay a la derecha y encarrilamos la avenida principal.
Ya se va viendo gente. Esto ya está. La gente me da ánimos y me mira con ojos de admiración. Pregunto a una señora cual calle tengo que girar y me dice que sólo dos y que no tiene perdida porque “me están esperando”. No se puede explicar con palabras el sentimiento que me causo escuchar esas palabras, “me están esperando”.  Y al doblar la esquina para encarar la plaza donde está la meta (Km 150), ya a lo lejos empiezo a escuchar al speaker recitando mi nombre. La gente a los lados aplaudiendo, dando ánimos, ¡venga esto ya está hecho! ¡enhorabuena!. Entro en el pasillo azul con los brazos en alto y haciendo el avión, como quien celebra un gol, pero no, lo que celebro es algo mucho más grande. Me recibe el speaker, dándome la enhorabuena y felicitándome.  Mientras me va entrevistando la gente escucha y al mismo tiempo sonríe, en una especie de simbiosis que se contagia. Estoy en una nube. Por fin, después de lo sufrido, he alcanzado mi objetivo y con doble merito. Me preguntan que si el año que viene vengo otra vez, a lo que contesto que me lo voy a pensar. A día de hoy, hace ya una semana, la respuesta es “a lo mejor”, lo mismo dentro de nada es que sí. Me he demostrado a mi mismo de que pasta estoy hecho y ahora siento que es la carrera quién está en deuda conmigo.


Me gustaría finalizar agradeciendo la labor de todos los miembros de la organización, por su apoyo, palabras de ánimo y su libre disposición. También a todos aquellos que me dieron ánimos antes y durante la carrera, a aquellos otros que no tanto, porque sin saberlo me dieron muchas más fuerzas para conseguirlo. A todos los corredores que se preocuparon por mí. A los espectadores, a Juanma “Chino” porque el día que lo llame para decirle que participaba me dijo sin dudarlo que yo era capaz de hacerlo. Y como no, a Mari Carmen, por sus ánimos, sus palabras de apoyo, pasar una noche en vela, traerme medicinas, acompañarme los últimos 11 km de la carrera, por preocuparse por mí, etc, etc.